El dolor de ver cerrar una empresa: cuando el liderazgo también duele

Por Adriana Alanis, coach de liderazgo

Cada cierre fue una especie de luto colectivo

Hay heridas que no se ven, pero pesan. Y una de ellas —quizá una de las más silenciosas desde la pandemia— es ver cerrar una empresa.

No solo se trata de balances negativos, despidos o liquidaciones. Se trata del fin de un sueño. Del cierre de una historia que costó años construir. De ese esfuerzo que un día fue ilusión, luego desvelo, y después… pérdida.

He trabajado con muchos empresarios y sé que, aunque por fuera intentan mantener la compostura, por dentro viven algo parecido a un duelo. Porque cuando una empresa muere, también mueren un poco sus fundadores.

Y lo entiendo.

Durante los últimos años, todos hemos sentido ese golpe: la pandemia, el encierro, los cambios en los hábitos, la nueva manera de trabajar, de vender, de vivir. Muchos negocios no lograron resistir. Otros, apenas sobrevivieron. Y unos cuantos —los menos— encontraron en el caos una oportunidad.

Las otras víctimas del COVID

Hablamos mucho de las pérdidas humanas, y claro, con toda razón. Pero hay otro tipo de pérdidas que también dolieron: las empresas que no lo lograron. Eran más que estructuras legales o nombres comerciales; eran proyectos que alimentaban familias, sueños, propósitos.

Cada cierre fue una especie de luto colectivo: proveedores, empleados, socios… todos afectados por el mismo golpe invisible.

Yo recuerdo una escena de mi infancia que hoy cobra nuevo sentido. Una noche, la lluvia inundó mi casa. Subimos los muebles, intentamos salvar lo que pudimos, pero el agua ganó. Mi mamá, exhausta, se sentó y empezó a llorar. No por lo material, sino por la impotencia de no poder detener lo inevitable.

A veces, acompañando a empresarios como coach, me siento como ella aquella noche. Viendo cómo el agua sube —las deudas, la incertidumbre, la competencia feroz— y sintiendo que el esfuerzo no siempre alcanza. Pero también aprendí algo: no podemos quedarnos sentados viendo cómo se inunda todo.

Hay que actuar, aunque duela.

Lo que no se vale olvidar

Muchos líderes quieren “volver a la normalidad”. Pero… ¿a cuál? A la de jornadas interminables, comunicación cerrada y jefes que creen que lo saben todo. No. Esa versión ya caducó.

El nuevo liderazgo no se trata de controlar, sino de guiar desde la vulnerabilidad. De escuchar, aprender, adaptarse. La pandemia nos obligó a ver de frente nuestras carencias: falta de empatía, de visión humana, de comunicación efectiva. Y si algo nos enseñó este tiempo fue que las empresas sobreviven cuando quienes las lideran se transforman primero.

Crisis o renacimiento: tú decides

Dicen que en japonés la palabra “crisis” también significa “oportunidad”. Lo sé, suena a cliché, pero hay una verdad profunda ahí: Toda crisis encierra la posibilidad de volver a empezar, de rediseñarte, de crear una versión más fuerte, más sabia y más consciente de ti y de tu empresa.

Así que hazte estas preguntas, pero respóndelas con brutal honestidad:

• ¿Qué aprendí durante la pandemia?

• ¿Qué cambié de mí como persona y como líder?

• ¿Qué me funcionó y vale la pena conservar?

• ¿Qué necesito soltar para avanzar?

No dejes que el dolor te paralice. Conviértelo en energía para reconstruir.

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