Orgullosamente monotarea: cuando hacer una sola cosa bien es un superpoder

Por Kazumi Murata, coach en Semiología

Puedo concentrarme profundamente en una sola cosa y hacerla bien.

Durante años escuché —como un eco constante— que las mujeres pueden hacer varias cosas a la vez. Y cada vez que alguien lo decía, yo pensaba: “pues… algo debo tener mal”.

Porque, sinceramente, yo no puedo hacer 1.1 cosas al mismo tiempo. Si estoy en una llamada y mi hija llega con una circular para firmar, ya se perdió media conversación… o firmé en el lugar equivocado. Así de simple. Así de real.

Por mucho tiempo pensé que era una falla de fábrica. Que quizá me faltaban “hormonas femeninas”, o me sobraban masculinas, o que simplemente no servía para el multitasking glorificado del siglo XXI. Vivía con esa sensación de que algo en mí estaba incompleto.

Y claro, eso fue minando mi autoconcepto. Porque cuando el mundo te repite que ser productiva es sinónimo de hacer mil cosas a la vez, y tú apenas puedes concentrarte en una, sientes que algo está mal contigo.

Hasta que un día —gracias a muchos tropiezos y a mi proceso de autoconocimiento— me di cuenta de algo fundamental: no era yo la que estaba mal. Era el molde el que estaba mal hecho.

Vivimos en una sociedad que etiqueta todo. Los hombres no lloran. Las mujeres deben ser sensuales. Los niños no se deprimen. Y, claro, las mujeres exitosas sí o sí deben ser multitaskers.

Pero la realidad no cabe en esas cajas. Los hombres también lloran. Hay mujeres que no se sienten sensuales (y no pasa nada).Y los niños también atraviesan momentos difíciles. Entonces, ¿por qué no habría de existir un tipo de mujer —como yo— que no necesita hacer diez cosas a la vez para sentirse plena y valiosa?

Cuando dejé de verme con los ojos de los demás y empecé a verme desde mi propia conciencia, descubrí algo increíble: ser monotarea es mi don.

Puedo concentrarme profundamente en una sola cosa y hacerla bien. Puedo detectar matices que otros pasan por alto: una mirada, un tono de voz, un error ortográfico. No voy rápido, pero voy firme. Y en un mundo saturado de distracciones, mi capacidad de atención se volvió mi fortaleza.

Ahí entendí lo poderoso que es cuestionar los condicionamientos socioculturales que heredamos de la familia, la escuela y la sociedad. Porque lo que aprendemos desde pequeños —por repetición— se convierte en verdad. Y esas “verdades” no filtradas se transforman en estereotipos y prejuicios que terminan moldeando lo que creemos que somos.

En Semiología de la Vida Cotidiana® se enseña que los estereotipos son caricaturas mentales, simplificaciones absurdas de la realidad; y los prejuicios, juicios sin conocimiento. Lo peligroso es que ambos son la raíz de la intolerancia: primero descalificamos, luego discriminamos, y al final, terminamos suprimiendo lo que no entendemos.

Y eso fue lo que hice conmigo misma. Me descalifiqué. Me discriminé. Me juzgué por no ser multitarea. Hasta que entendí que mis luces estaban justo en aquello que creía un defecto.

Hoy, después de muchos años de trabajo interno, puedo decirlo con orgullo: mi amiga dentista es brillante haciendo diez cosas a la vez…y yo soy igual de brillante haciendo una sola con toda mi atención.

Y eso —créeme— también es liderazgo, también es amor propio, también es éxito.

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